Hay algo de magia en su arte. Su trabajo no se cuelga en las galerías ni permanece estático en un determinado espacio, sino simplemente sucede. Es un acontecimiento más que una creación. Como un prestidigitador que juega con las cartas, Carlos Cruz-Diez (1923) lo hace con los colores. Los reinventa, los libera de su soporte físico y los transforma en haces de luz, campos cromáticos, estelas, proyecciones o líneas continuas, y nos invita a presenciar esa maravilla. Los rojos, verdes, azules y amarillos de sus obras son como pequeñas ventanas que se abren hacia nuevos tonos, una gama interminable que desafía nuestra capacidad misma de mirar.
Por eso sus obras viven “un presente perpetuo” —como a él le gusta decir— en plazas, universidades y calles del mundo. En Caracas, su ciudad natal, en el piso y la pared del pasillo principal del Aeropuerto Internacional de Maiquetía, existe una obra suya llamada Cromointerferencia de color aditivo (1974-1978), que es un mosaico gigantesco y multicolor que hoy se ha convertido en símbolo del éxodo venezolano ante la difícil situación del país. Las fotos de despedida se toman sobre estas baldosas que hoy lucen resquebrajadas. Algunos no dudan en llevarse fragmentos de ellas, como quien guarda un pedazo de Venezuela en el bolsillo o la cartera. Muchos creen que ahí existe una metáfora de lo que sucede actualmente. El mismo Cruz-Diez afirma que eso lo entristece y conmueve. Espera que pronto esa obra suya sea también la imagen del retorno.
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Tenía algo más de 30 años cuando partió a Europa, a mediados de 1955, luego de una carrera en el arte gráfico y la publicidad. Desde ese entonces vive en París. Lo primero que vio, a su llegada, fue una exposición encabezada por Victor Vasarely, el artista húngaro —era un tiempo de manifiestos y rupturas— que sería después conocido como el creador del arte cinético. Ahí Cruz-Diez descubrió que no estaba solo. Otros también pensaban que el arte no se reducía a la pintura, y que podía haber otras formas de expresión. Se unió al grupo y ese fue el punto de partida de una labor que ha sido un alucinado descubrimiento. Como el propio Cruz-Diez repite siempre: lo esencial fue comprender que el fenómeno cromático era algo inestable. Es decir, si en la pintura el color estaba fijado de manera estática sobre un soporte, lo que él hizo fue liberarlo de esa materialidad. Entonces, ideó creaciones que trabajan con la luz y tratan de “destruir las formas”: Cromosaturaciones, Fisicromías, Adiciones cromáticas, donde el color cambia continuamente ante los ojos del espectador.
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Escucho su voz por Skype. Es áspera, arrastra las erres y contrasta con su carácter risueño, con su risa franca. En estos días pasa una temporada en Panamá, donde vive su nieto Gabriel Cruz-Diez, quien ha fundado un espacio —Marión Gallery— en el que promueve el arte contemporáneo y exhibe trabajos de su abuelo. “Son ellos, mis hijos y mis nietos (tiene tres hijos, seis nietos y una bisnieta) quienes organizan mis exposiciones y talleres. Ahora yo solo quiero pensar, escribir y seguir…”, dice el maestro. Luego se escucha su risa como un eco.
Hablar de su obra es tratar ineludiblemente de sus hallazgos con el color, realizados a lo largo de más de 60 años. ¿Cómo recuerda esta experimentación?
Yo he dicho que creo haber vivido en una sociedad de ciegos, porque en todo este tiempo estoy diciendo lo mismo y recién ahora las nuevas generaciones comienzan a ver eso que me resultaba evidente. Por ejemplo, tengo una obra llamada «Cromosaturaciones» (una cámara de color), y antes, cuando la gente entraba ahí, como no había elementos ni dibujos, salía y decía que no había visto nada. En cambio ahora las nuevas generaciones entran y se detienen porque se dan cuenta de que algo importante e inédito está ocurriendo.
¿Qué lo llevó a experimentar con el color, algo que ya empezaban a hacer las vanguardias a inicios del siglo XX?
La nuestra fue una generación historicista. Todos mis trabajos están basados en un análisis histórico. Siempre me preguntaba, intuitivamente, cuando estudiaba en la escuela de bellas artes, por qué todo el mundo pintaba de la misma manera. ¿No habrá otra manera de pintar? Eso me quedó rondando la cabeza, hasta que un día descubrí que el color no era lo que hasta ese momento se había pensado. Era otra cosa. Era una circunstancia. Uno ha tenido siempre la noción de que el color es una certeza, uno dice esto es rojo, esto es azul, pero, si nos damos cuenta, no es así. El color es inestable y en todas mis obras aparece haciéndose y deshaciéndose en un espacio y un tiempo. Yo no hago cuadros ni esculturas, yo hago soportes de acontecimientos.
¿Y usted sueña con que en algún momento desaparezca ese soporte y solo aparezca el color?
Tengo la esperanza de que la ciencia algún día llegue a desarrollar los campos magnéticos, capaces de liberar masas de color en el espacio. En un futuro próximo espero que esto sea realizable.
En un momento se dijo que su obra era pionera del arte cinético. ¿Qué diría
sobre ello?
Lo que pasa es que yo participé en la creación del arte cinético, pero siempre he dicho que esa palabra no explica realmente todo el proceso, los análisis que he hecho… Los artistas del cinético hicimos un análisis del arte para abrir nuevos caminos, pues sentíamos que había un agotamiento en la pintura. Entonces, se logra la posibilidad de integrar… Por primera vez en la historia del arte se integran el tiempo y el espacio en un instrumento fundamental de la creación.
¿Qué palabra le gustaría usar para definir su arte?
Yo soy un artista que trabaja con la realidad. Soy un realista [risas]. Porque cuando se dice que la pintura figurativa es realista, estamos afirmando algo que no es cierto, pues un cuadro es una trasposición de la realidad. En cambio, una obra que sucede en el instante perpetuo no es pasado ni presente, es algo real.
Para que su obra se realice necesariamente tiene que haber un espectador que viva esa experiencia, ese es un cambio respecto al arte tradicional…
Es otro de los aportes, sí. El arte antes era la contemplación pasiva, la lectura e interpretación de un discurso. Aquí, en cambio, no hay un discurso, hay solo un acontecimiento, como un crepúsculo o la lluvia, que uno puede mitificar, aceptar o rechazar.
Usted ha afirmado que hoy vivimos una etapa de transición hacia otro modelo de civilización. ¿Cómo ve en ese sentido el arte contemporáneo?
Hemos caído en la academia Duchamp [risas]. Duchamp rompió la ventana y entró al edificio del arte. Dio nuevas ideas. Pero, como todas las cosas, sufrió un proceso de descubrimiento, de desarrollo y de perversión. Nosotros lo que estamos viendo hoy es la perversión de las ideas de Duchamp. Todo el mundo ahora desacraliza. Eso era trascendente en 1918, en 1920. Hoy ya no es importante.
Es un lugar común…
Ya no tiene ningún interés, es una academia, es como volver a pintar un paisaje.
¿Y qué opina sobre el arte peruano?
Yo creo que el Perú siempre ha tenido grandes artistas, pintores y escultores. Toda la región de los Andes es una de grandes pintores, a diferencia de los países del lado Atlántico, que son la Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela, que no tienen la historia que ustedes tienen. Nosotros vivimos de la ruptura, ustedes viven de la tradición. Nosotros decidimos ser unos transgresores e intentamos inventar un discurso que nos perteneciera, que son los movimientos de ruptura del siglo XX.
¿Es optimista respecto a nuestra época?
Para mí es un inmenso privilegio pertenecer a este tiempo. Me costó mucho deshacerme del pasado para hacer un arte que no tuviera fronteras. Porque en el futuro, si estas obras permanecen, yo seré juzgado como un hombre de mi tiempo. Lo cual no significa que el pasado no tenga un gran valor, pero no es mi discurso.
¿Y cuál es su tiempo? ¿El siglo XX o este cambio de siglo?
El siglo XXI [risas]. Es una ilusión… Yo me esfuerzo para que así sea. Nosotros estamos culminando lo que se formó en el siglo XVII y XVIII, y hoy estamos viviendo en la inmediatez, la comunicación instantánea que está modificando la sociedad. Es un privilegio ver el nacimiento de una nueva era.
Aunque vive en París, nunca perdió contacto con Venezuela. ¿Qué opina sobre la situación actual de su país?
Sí, jamás he perdido contacto con mi país y eso lo he inculcado a mis hijos y nietos. He amado y amo mucho mi país y por eso soy muy crítico con la situación que atraviesa. Lo que pasa hoy se preveía desde hace mucho tiempo porque los problemas fundamentales no se resolvieron nunca, y han estado ahí siempre, latentes.
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Cruz-Diez se alista para presentar, en nuestra capital, algunas de sus obras, en la sección Pioneros de Art Lima, entre el 21 y el 24 de abril. “Será un gran placer volver a Lima”, dice (estuvo antes dos veces). Le comento sobre el típico cielo gris de la ciudad, y él, que se ha pasado la vida experimentando con el color, me cuenta: “Alguna vez me preguntaron cuál era la ciudad que más amaba, y yo dije: ‘París en invierno’. ‘Pero si es triste’, me contestaron. ‘No’, les dije, ‘es una belleza’. Igual sucede con Lima, ese color que tiene le da un aspecto interesante. Hoy nos hemos vuelto insensibles a las sutilezas, y justamente la luz de Lima es muy sutil”.
Testimonios
Isabela Villanueva, curadora de la sección Pioneros de Art Lima
“Carlos Cruz-Diez es una de las figuras claves no solo del arte venezolano o latinoamericano, sino universal, pues se ha dedicado a estudiar las propiedades físicas del color durante más de seis décadas. A través de su trabajo incluye al espectador en una experiencia cromática fuera de las convenciones culturales tradicionales. Permite que este tenga un rol activo en la creación del significado de la pieza. En Pioneros presentará sus Fisicromías, Transcromías, las Cromointerferencias o colores aditivos. De esta manera el público peruano tendrá una idea de la amplia obra de este aclamado artista”.
José-Carlos Mariátegui, curador y creador de ATA
“Influido inicialmente por la obra de Jesús Rafael Soto, Cruz-Diez empezó a trabajar en obras cinéticas, ópticas y geométricas, donde incorporó el plexiglás, el plástico de color y el aluminio. Su trabajo exploró el uso de nuevos materiales para lograr efectos ópticos y sensoriales nuevos dentro de una naturaleza minimalista. Su trabajo influyó en una generación de artistas y arquitectos, tanto en su país natal, Venezuela, como en América Latina”.
Magdalena Arria, directora de Graphicart. Representante de la obra de Cruz-Diez en Venezuela
“Carlos Cruz-Diez es un artista muy querido en Venezuela. Su obra se exhibe en muchos sitios, que van desde un pueblo de los Andes donde hay esculturas suyas hasta un museo que lleva su nombre en Caracas. Podría decir que en varios rincones del país, en mayor o menor escala, existe una obra representativa suya, y los venezolanos de distintas edades reconocen y admiran estos trabajos. Él es un ícono para nosotros. A pesar de vivir entre París y Panamá, nunca ha estado ajeno al país que lo vio nacer; por el contrario, siempre ha reconocido que es venezolano y por eso nos representa en el mundo entero. De todas sus obras, destacaría la exhibida en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar (Cromointerferencia de color aditivo, 1974-1978), que ocupa un área de 2.608 metros cuadrados, y que se ha convertido en un emblema y un signo de identificación para nosotros. Desde que se inició en la publicidad, hace más de sesenta años, Cruz-Diez ha internacionalizado el arte venezolano. Ha revolucionado la manera de ver el color y ha ampliado la percepción de los espectadores. A sus casi 93 años, sigue siendo un artista prolífico y tiene la energía suficiente para seguir creando a un ritmo acelerado”.
Fuente: http://elcomercio.pe/eldominical/actualidad/carlos-cruz-diez-mago-colores-noticia-1894296